Traducción, entre la fidelidad y el arte

La traducción es una de las poquísimas actividades humanas donde lo imposible ocurre por principio. - Mariano Antolín Rato
Uno de mis primeros trabajos fue traducir noticias de varios medios online americanos a uno español. En aquel momento no le daba excesiva importancia a la forma, sólo me preocupaba transmitir el contenido del mensaje de la forma más clara posible. Una gran ventaja del material periodístico es que el redactor corriente no suele imprimir una gran carga literaria en él, así que el texto no sufría demasiado por mi inexperiencia.

Con los años, al retomar la actividad y cambiar de género, me he dado cuenta de que una buena traducción es mucho más que trasladar palabras de un idioma a otro. Los retos habituales no son sólo entender el texto sino también captar su espíritu, entendido como las emociones que quiere transmitir el escritor y las elecciones estilísticas -vocabulario, construcción de las frases- que hace para ello.

La traducción es un arte complejo y con rasgos únicos. Para empezar, existe una responsabilidad hacia el autor original, que pone su obra en nuestras manos para que la transmitamos de manera correcta a un público al que de otra forma no llegaría. Si tomamos decisiones equivocadas, será el trabajo de ambos el que quede en entredicho, quizá más el suyo al ser la cara visible. Por poner un ejemplo, la popularidad de El Señor de los Anillos en nuestro país no se entiende sin la excepcional labor realizada en su día por sus traductores al castellano, Matilde Horne y Francisco Porrúa.

Debemos ser conscientes de que traducir es crear un texto nuevo, en el que intentamos plasmar todo el talento volcado por el escritor original pero también debemos aportar el nuestro, a ser posible, sin que se note demasiado. Primero asumiremos nuestras limitaciones, porque por mucho que lo deseemos, el original nunca vivirá tal cual en nuestro idioma, algo se perderá siempre por el camino. Será nuestra interpretación, lo más fiel posible, la que conocerán los lectores. Y después, queda el verdadero trabajo: leer, comprender, sentir, reconocer qué se puede decir en nuestro idioma y qué no, pero también aquello que aunque se pueda expresar, no es correcto, porque no encaja con lo que pretendía el autor.

En definitiva, releer y reescribir sin cesar para acabar durmiendo con un diccionario como almohada. Por suerte el objetivo, llevar la literatura más allá de sus fronteras para que otros la disfruten, merece la pena.

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