Colosos

Llevo un tiempo pensando en cuáles son las ambientaciones más originales para jugar y todavía no he encontrado la respuestas. La mayoría de lo que se me ocurre son variaciones más o menos bizarras de cosas ya hechas hace muchos años por Tolkien o Julio Verne (o los dos a la vez), y uno llega a pensar que debe ser cierto eso de que "todo está inventado". Un juego, "Shadow of the Colossus" y un suplemento para Exaltado, "The Autochtonians", me han hecho cambiar un poco de opinión. Son muy diferentes, pero comparten un elemento que bien usado puede dar pie a muchas historias: las criaturas gigantes o colosos.

"Shadow of the Colossus" trata sobre la búsqueda épica del protagonista para rescatar de la muerte a la mujer a la que ama, que le llevará a enfrentarse a inmensos seres de leyenda. "The Autochtonians" nos lleva al mundo de los exaltados, donde un gran dios-máquina, tan enorme que tiene millones de fieles viviendo en su interior, agoniza, y la única manera de salvarlo es de nuevo emprender el camino de la aventura. En ambas ambientaciones destaca ese cambio de escala, que aleja el punto de vista de los personajes y les hace mirar más allá, hasta un mundo que está a cientos o miles de metros por encima... un punto que también tiene ojos y les mira.

Desde el momento en el que los ogros y los gigantes se convirtieron en razas jugables en las ambientaciones de fantasia, esa diferencia, de tamaño pero también de mentalidad, ha dado aliciente a las partidas. Hay que reconocerlo, los grandes monstruos son de dimensiones fuera de lo normal, porque impresiona, da sensación de poder y deja minúsculo a cualquier contrincante, no hablemos ya de los personajes. Hacerles ver que existe otro "nivel" frente al que ellos se quedan como pulgas les bajará mucho los humos. Aparte de eso, si lo llevamos al extremo, como en el caso del dios-máquina de "The Autochtonians", estaremos definiendo un mundo muy diferente al que conocen.

Pensemos en todo lo que significa la inmensidad: las distancias se vuelven relativas, los combates, la guerra (¿tendría sentido un asedio cuando el enemigo puede pasar caminando sobre la muralla?) e incluso el día a día también. Si hay personas viviendo sobre el cuerpo de un dragón dormido, como ocurría en el cuento "El hombre que pintó al dragón Griaule", eso da lugar a un escenario original y vivo, nunca mejor dicho. Hará falta casi un atlas anatómico para emprender viaje, más que un mapa. Algunas ideas posibles para aventuras o campañas son:

* El gigante solitario: Por el continente vaga un único engendro mecánico legendario. Pocos lo han visto pero se sabe de su existencia, quién lo creó y por qué es un misterio que los jugadores deberán resolver.

* Máquinas de guerra: Todas las naciones construyen sus gigantes, animados por tecnología o magia, para emplearlos en las batallas más sangrientas. Estos titanes (al estilo de los que existen en Eberron) luego son excesivamente peligrosos y son abandonados en un punto concreto del desierto. Un viejo veterano, ahora muy rico, quiere recuperar algo del interior de uno de ellos... intentarlo es una locura.

* Las ruinas andantes: Unas extrañas ruinas han sido descubiertas recientemente tras un temblor de tierra. Cuando los jugadores llegan a investigar se encuentra con que están explorando el interior hueco de un enorme ser semienterrado, una auténtica ciudad viviente que puede levantarse en cualquier momento y arrastrarles en su camino.

* Ciudades vivientes: (tomado de una novela de cuyo nombre no me acuerdo). ¿Qué ocurriría si las ciudades que conocemos no fuesen acumulaciones de edificios estáticos sino maquinarias colosales que campan a sus anchas por territorios devastados, cazándose unas a otras y desplazándose por las llanuras como animales artificiales. Miles o millones de personas seguirían habitando sus barrios, acostumbrados al movimiento y a los cambios bruscos. Con un gobierno belicista y totalitario, plantearse cómo será la vida fuera del coloso, es todo un reto.

Comentarios

  1. La novela con ciudades ambulantes creo que es Mundos en el Abismo, de Aguilera y Redal.

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